Mismo escenario y formas totalmente opuestas. Dos dominadores de época. Pogacar no es Indurain. El esloveno no quiere oír a hablar de regalos. Él no levanta el pie, no perdona. Ni mucho menos va a frenar como hizo el campeón navarro sobre la línea de meta en 1993. En Isola 2.000 Miguel sentenció su tercer Tour de Francia y cedió la etapa a Rominger, su contrincante ese año. En la misma montaña, Tadej Pogacar certifica, si no pasa nada raro, su tercer maillot amarillo. Lo hace aplastando a sus rivales y engullendo uno a uno a todos los escapados. Inmisericorde.

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