Ninguno de los presentes en el café Norat de la Rambla, hace casi un siglo, se hubiera imaginado hasta dónde iba a dar de sí aquella reunión fundacional. Tampoco debieron confiar en un futuro tan espléndido los que vieron caer bombas en el estadio durante la Guerra Civil. No podían ver más allá del día siguiente los que sufrieron en los ochenta por la desaparición de la entidad, arrastrada por una deuda millonaria. Y mucho menos vislumbraron tanto lustre los héroes anónimos que mantuvieron viva la esperanza del equipo en regional preferente hace cuatro décadas. Pero todos ellos, de algún modo inconexo, imposible de explicar, contribuyeron para que el Girona siguiera su camino hasta pasear su escudo, también el de la ciudad, por la Champions. Inverosímil a ojos de la historia pero no del fútbol.

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