El poder del fútbol y su popularidad planetaria juegan a favor de quienes lo gobiernan. Todo lo pueden hacer porque cuentan con la adicción de los aficionados y los consumidores. Cuando Qatar fue escogida sede para el Mundial 2022 a través de un proceso de selección que destapó todo tipo de corruptelas, las denuncias se desvanecieron en cuanto rodó el balón. La queja quedó para la historia ocultada bajo decenas de partidos, algunos vulgares y otros maravillosos, todos seguidos por millones y millones de seguidores de todo el mundo. Ganó la Argentina de Messi y nos emocionó, y venció también Qatar, que blanqueó su imagen al organizar impecablemente la competición. Las dictaduras suelen bordar este tipo de acontecimientos porque todo lo esconden debajo de las alfombras sin oposición interna. Así lo había hecho cuatro años antes Rusia.