Nos pirramos por los rankings. La competencia nos chifla. El Balón de Oro es un ejemplo. Ahí está la carrera entre Messi y Ronaldo, ya decantada por goleada a favor del primero: 8-5. Nos pasamos la vida buscando al número uno. ¿Quién vende más libros? ¿Cuál es el mejor grupo de la historia? ¿Y la mejor universidad? Imposible abstraerse a la natural tendencia a comparar y jerarquizar el éxito, el talento, la belleza y cualquier atributo humano. No hay diferencia entre sexos. Competimos nosotros y ellas. El Balón de Oro a Aitana Bonmatí también la acredita como la mejor, en detrimento de las demás jugadoras. Nada hay de malo en ello. Vemos el mundo a través de los podios. Solo que a modo de reflexión cabría preguntarse por qué gastamos tanta energía en hacerles creer a los niños que lo de competir no es importante y que el verdadero sentido del deporte está en la democratización de las oportunidades y la igualdad a machamartillo con independencia de los dones y capacidades de cada individuo.

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