Un extraño fatalismo se ha apoderado del Barça, que camina por la temporada entre críticas y algunos sobresaltos, nada que le haya despachado de Europa, ni de la revalidación del título. Pero el aire es mustio en el equipo, en el club y en la hinchada. Donde se pueden detectar aspectos positivos, se prefiere ahondar en las cosas negativas. Se impone la autoflagelación al optimismo, se duda del entrenador y de los jugadores. Todo empuja a la melancolía. Molesta Montjuïc por incómodo, desapacible y pequeño. Preocupa el déficit goleador de Lewandowski. Disgusta el rendimiento de los fichajes. Entristece el desempeño general del equipo. Se cuestiona a Xavi, que acude a las conferencias de prensa como un reo y trata de defenderse como puede. Y, claro, molesta ver al Girona un buen palmo por encima en la clasificación.