Le llamaban Hormiguita, por su pequeña estatura y su incansable despliegue, inaudito en los extremos de los años 50, la década que forjó el mito de la exuberancia brasileña, plasmada en el equipo que ganó el Mundial de Suecia en 1958. Aquella selección, la de Pelé, Didi y Garrincha, inauguró una nueva época en el fútbol, en gran medida por la aportación de su pequeño y laborioso extremo izquierdo. Se llamaba Mario Zagallo, jugaba en el Flamengo y siempre tuvo la virtud de estar presente en el momento y sitio correctos, hasta el punto de parecer ubicuo.

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