El fútbol y la política se retroalimentan copiándose en lo peor. Las campañas electorales, por ejemplo, son terreno proclive a las fantasías, a las proclamas triunfalistas y a las promesas irrealizables. Y los votantes ya no se rebelan cuando, llegados al poder, el rosa anunciado se cambia por el gris de la triste realidad. Es difícil imaginar peor trayecto que el que en menos de tres años deja a Messi llorando lejos del club de su vida, al héroe de Wembley menospreciado y a Xavi Hernández triturado en el banquillo.

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