En algún momento de su carrera, Diego Simeone dijo que la ambición del Atlético no es ser un equipo modesto sino molesto. La prosa épica le ha reconocido este condición y le ha definido como equipo rocoso. Es una analogía mineral que agradecen incluso los aficionados poco amantes de las ínfulas retóricas. Las necesidades de los dos equipos que ayer saltaron al Metropolitano han agotado la energía de una semana marcada por la clasificación europea, las bufonadas de Xavi y, en una dimensión más paranormal, la enésima deserción de un directivo. Como otros compañeros de junta que le han precedido, Eduard Romeu ha decidido marcharse antes de ser devorado por un estilo de mando que fluctúa entre el juego del calamar, las tensiones familiares propias de L’auca del Senyor Esteve y un optimismo en el diagnóstico de la economía del club tan verosímil como las autocríticas de los tiempos de la Revolución Cultural china.