El asfalto de Port Ainé es rugoso, agrietado y saltarín. A veces, la nieve que hay en las laderas se deshiela y lo moja. Esa carretera, que lleva al segundo final en alto de la Volta, presencia y es testigo de la osadía del Landismo, ese espíritu quijotesco que no tiene miedo de luchar contra gigantes. No está confundido Mikel Landa, no son molinos de viento, los que tiene ante sí, sino un auténtico ogro. Y aún así, consciente de lo que le puede pasar, que va a llevarse un revolcón, decide irse a por él e intentar clavarle la lanza. El Landismo resurge con un ataque a 7,5 km de la cima pero se topa con la realidad.