Los hispanos sufrieron, pero cumplieron. Tenían la espada de Damocles amenazando su continuidad en París y salieron a flote con oficio, carácter y un gol a falta de 4 segundos del más descarado de todos, el blaugrana Aleix Gómez. En la última carta de la partida no había más opciones: si empataban serían cuartos y Dinamarca sería el rival, el ogro nórdico; si ganaban serían terceros y se medirían a Egipto. Escogieron la vía africana, más asequible para llegar a las medallas.