Fermín nos arregló un poco la tarde a los futboleros en crisis existencial enviados a París, abrumados y embelesados por la superioridad moral de los atletas olímpicos de toda la vida, cuyo comportamiento en la práctica de sus deportes suele ser ejemplar, más aún contemplado de cerca. Los futbolistas no son modélicos. Protestan, fingen muertes ante el menor contacto y son embusteros por naturaleza. Bueno, no todos, Fermín es buen chaval, lo deja todo en el campo, y por eso impide que este artículo derive en un ejercicio populista (o no tanto) que pretendía comparar lo presenciado en directo al mediodía en París-Bercy con el mal perder o el mal ganar que se suele dar en el fútbol.