A la tercera fue la vencida. Después de las platas de Londres y Tokio, la selección femenina de waterpolo se colgó el oro buscado durante décadas. Fue emocionante asistir a esa subida de escalón en directo, en el gigantesco pabellón de La Défense. Ver a las jugadoras de Miki Oca llorar de alegría, eufóricas, agarrando por el pescuezo un sueño que se resistía y dejará de hacerlo por siempre. Habían sido campeonas europeas y del mundo, pero el éxito que mejor sabe es sin duda alguna el olímpico. Por eso una de sus jugadoras insignias, Maica García, lleva tatuadas las tres ciudades olímpicas en las que ha participado. Le queda París, el tatuaje que menos dolor le producirá.