Tres años y medio después de que Joan Laporta fuera elegido presidente, el FC Barcelona no se ha movido de sitio, sigue haciendo pasar por meritoria la inscripción de jugadores a escasas horas de iniciar la Liga, conformismo impropio de un club que fue admirado y que define con exactitud la precariedad de la que ha sido incapaz de salir. Impresiona la capacidad del presidente de seguir fantaseando con fichajes irrealizables y con restablecer agujeros económicos con una inminencia que nunca llega, y conmueve de igual manera la inocencia de quienes se lo tragan y lo escampan como verdad, como si en las nuevas facultades de periodismo el acto de fe hubiera alcanzado estatus de verificador de noticias.

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