El entusiasmo y la alegría provocados por aquello que nos gusta y que ocurre. Un ardiente deseo que aquello acabe pasando. Tener ilusión. Un sentimiento que crece, se eleva y vuela con mucha facilidad, pero que, cuando está ausente, cuesta hacer germinar. A veces, misteriosamente, aparece por generación espontánea, como ha pasado en este final de verano en el corazón de la afición del Barça. Con la piel todavía salada y con arena de playa entre los dedos de los pies, en el interior de los culés ya había nacido la semilla de la ilusión. En pleno mes de agosto, empezaba la Liga y el proyecto de Hansi Flick debutaba con los primeros exámenes. Todavía no había puntos, todavía no había marcadores definitivos, pero sí la confianza y el deseo vagamente fundamentado de que, este año sí, todo irá bien. O, como mínimo, mejor. Y los primeros resultados suponen pura gasolina para alimentar esta hoguera de la ilusión blaugrana.

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