Dos vuelos de avión, una entrevista y unos macarrones. Andrés Iniesta, por encima de sus títulos, de sus asistencias, de sus goles decisivos, de sus gestos técnicos, siempre ha sido un héroe cercano, un ídolo próximo, un deportista humano. Muchos ejemplos en su vida deportiva y personal así lo atestiguan. Todo el mundo tendrá presente para siempre cómo se acordó de su amigo Dani Jarque al darle a España el título mundial en Sudáfrica. Pero el manchego, sensible, brillante, vulnerable y poderoso, nunca ha perdido el espíritu que tenía de chaval. Vayamos por partes, por los dos vuelos de avión. En el primero, en Londres, quien firma esta pieza se le acerca, en las primeras filas. En su pierna una enorme herida, una rascada por cortesía del jugador del Chelsea Michael Ballack. Un par de horas antes Andrés había dinamitado Stamford Bridge con aquel gol in extremis que metió al Barça en la final de la Champions en Roma. Es el 6 de mayo del 2009. Es mi cumpleaños, y el de mi padre. Por eso me acerco a felicitarle por su gol y le pido que me firme el programa del partido y que se lo dedique a mi padre. Lo hace a la par que me enseña en su teléfono las fotos de su celebración. Entonces no se habían propagado tanto las redes sociales y era curioso ver tan rápido las imágenes en el móvil. Las comentamos y compartimos unos minutos de camaradería.