Cuando alguien exige saber la verdad, tengan por seguro que bajo esa súplica de transparencia se esconde un hombre deseoso de que le mientan. De igual modo, si una persona insiste una y otra vez en que lo que nos está explicando son hechos verdaderos, hay que dar por cierto que nos está troleando a base de bien. Estas reglas son de carácter universal y funcionan tanto en el plano individual como en el colectivo. La política es el ejemplo más palmario de cómo funciona este mercado. Se acusa habitualmente al gobernante –y con razón– de faltar a la verdad. Pero en esta ecuación falta la primera variable: en la mayoría de las ocasiones no soportaríamos que éste nos explicara las cosas como son. Así pues, la mayor parte de las veces se trata de un negocio más que equilibrado: unos gustan de mentir y otros del placer de ser engañados. El hambre y las ganas de comer. Este binomio de la falsedad es uno de los combustibles de mayor rendimiento para el funcionamiento del mundo.