AAbbas Geukara no le quedaba mucho tiempo pero se iba a ir en paz. Formaba parte de las milicias antibalaka que durante la guerra civil de la República Centroafricana se organizaron para proteger a los suyos de las atrocidades de los seleka, musulmanes radicales de Chad y Sudán que habían sumido en un caos de asesinatos, violaciones y pillajes al país. Cuando le conocí, empapado por la fiebre y las alucinaciones en una aldea del norte del país, Geukara no tenía pie derecho, tenía un muñón de piel muerta y ennegrecida. Mientras estaba escondido en el bosque, a punto para una emboscada, le había picado una serpiente y la herida se le había infectado. Sus compañeros sabían que su suerte estaba echada y le rendían honores.

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