España no puede hacer compatibles horrores sangrientos con desfiles conjuntos, galas y fiestas, sonrisas de ocasión e hipócritas saludos que tratarían de enmascarar la situación del mundo”. El 6 de noviembre de 1956, la Delegación Nacional de Deportes (DND) anunció la ausen­cia del deporte español en los Juegos Olímpicos que debían dar comienzo dos semanas más tarde en Melbourne. Una decisión política, basada en “la sanguinaria invasión de Hungría decretada por el comunismo” que trasladó a la prensa el máximo organismo deportivo español, sujeto a las directrices de la Secretaría General del Movimiento. Pocos días más tarde llegó la confirmación imprescindible, la del Comité Olímpico Español, que no podía más que cumplir órdenes. En su caso, a través de una breve nota de prensa indicó que actuaba “interpretando el sentir del pueblo español de respeto y dolor ante el pueblo húngaro”.

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