El miércoles, cuando el reloj enfilaba las once de la noche, todo ciudadano inglés entró en trance. Una maniobra de Ollie Watkins en el último minuto dejaba la puerta de la final abierta de par en par para los pross. En plena locura por el gol, cuando la adrenalina seguía en ebullición para todos, hubo una persona que supo encontrar la calma necesaria para ver las cosas con claridad. Fue Steve Holland (Stockport, 1970), que agarró a su jefe por el brazo y le recordó, casi ordenó, que preparara cambios para acabar de consumir el cronómetro y frenar cualquier reacción de los neerlandeses. Southgate no lo dudó y, como siempre, tuvo confianza ciega en su ayudante. Inglaterra no sufrió y se metió en la final.