Cuando en la ceremonia de inauguración de París aparecieron los Minions, todos ellos amarillos, todos ellos saltando histéricamente, tuve la tentación de pedir la hoja de reclamaciones o lanzarme directamente al Sena para frenar aquel sinsentido. Entre la lluvia y los Minions, decidí abandonar mi lugar cerca del Trocadéro y resguardarme en un bar de los alrededores. En el país de Godard, de Truffaut, de Renoir, de Méliès, de Rohmer, de Varda, de Tati, o incluso de Louis de Funès, que los Minions fueran protagonistas, por mucho que uno de sus creadores sea francés, pareció una falta de respeto a la cultura de Francia del pasado (será porque no vende).