El Barça concretó con estrépito y gran juego las crecientes señales de su nueva vitalidad. Hasta Montjuïc abandonó su condición de estadio interino, con ocho calles de pista y un añadido de 7.000 metros cuadrados de hierba, para adquirir la vibración de un verdadero campo de fútbol, transfiguración obligada por el brillante partido que el Barça brindó a su entusiasmada parroquia. Siete goles, tres tiros a los palos, multitud de ocasiones, cohesión para atacar y defender, ingenio sin retórica, armonía en las líneas y ofensiva constante. Todos los jugadores, incluidos los habitualmente criticados en temporadas anteriores, salieron reforzados de un partido que cierra el pleno de éxitos en un periodo crítico de la temporada.