El Benito Villamarín es uno de esos lugares que se resisten a los nuevos tiempos. Mientras el fútbol discurre hacia un juego más físico, controlado y metódico, el Betis sigue intentando en cada partido elevar el fútbol a una categoría artística, con la clara intención de dar goce a su afición. La filigrana se aplaude y es casi motivo de culto. No se trata solo de talento, sino de tener la gracia para convertirlo en algo distinguido. Aquí no suenan los temas hip-hoperos de moda, sino el flamenco que nace desde lo más adentro. Y es que en Sevilla, única ciudad que aguanta con dos equipos en Primera junto a Madrid y Barcelona, por algo será, y en concreto en el Villamarín, el fútbol es otra cosa. Ellos fueron los primeros en llamarlo balompié, y siguen adorándolo en su esencia, más allá de un resultado concreto.