Tener hijos es la oportunidad de vivir las cosas de nuevo y dudar de las respuestas correctas. El otro día, mis hijas, Lena y Aina, y dos amigos, Aran y Axel, debatían mientras recogían moras cuál sería el superpoder que elegirían si pudieran pedir un deseo. Los mayores deliberaban sobre si era mejor poder volar, la velocidad del rayo, tener hiperfuerza o poder hablar con los animales. Axel, el benjamín del grupo, de 4 años, respondió sin darle tantas vueltas: “Yo escogería poder comerme el hueso de un aguacate”. Al regresar a casa, y ya que habíamos abierto la veda de los interrogantes, Lena me soltó una pregunta a bocajarro. “Papa, ¿por qué no te gusta el Madrid?”.

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