Bajarse del escenario para sentarse en la platea no es fácil. Menos aún abandonar el Olimpo de los Dioses. No es lo mismo aplaudir que recibir aplausos. El deportista, como todo hijo de vecino, sabe lo que inevitablemente se le viene encima con la decadencia física de los años. Pero ese conocimiento es en realidad inservible hasta que empieza a hacerse tangible en el cuerpo. Un viaje mental progresivo que va de un principio meramente teórico –algún día llegará la hora de dejarlo– a un final de lo más práctico –ese día ha llegado–. Esta semana se ha cumplido la ley del tiempo para Rafa Nadal.

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